viernes, 16 de enero de 2009

FRAGMENTO DE LA PALIDEZ

I
Tan estruendoso era el crepitar del fuego que mitigaba las voces de la muchedumbre. Los tonos amarillos y naranjas de la hoguera se devoraban. En el centro estaba un hombre, sobre un trono de hierro. Sus ojos tan desorbitados parecían alcanzar la corona. Ya no se escuchaban sus alaridos agudos, pero la mueca sobrepasa el horror.
Alrededor de la hoguera observaban sus compinches silenciosos, se les veía aterrados. La plaza y la catedral de Csejthe se inundaban de ese olor a carne achicharrada. Uno de los cómplices comenzó a santiguarse. Ni los grilletes, ni el verdugo, ni los servidores fueron suficientes para apaciguarlo. El fuego había apagado su voz y la reyerta.
La humareda apenas llegó a ser vista en el recién liberado castillo de Csejthe. Fue apagada cuando la carne comenzaba a ennegrecer.
No sentí nada, ni siquiera asco, cuando el verdugo, con la destreza de un barbero, diseccionó el cadáver, del que brotó un poco de sangre espesa, de color oscuro. Desde la tribuna donde estábamos mi tío el Rey y Emperador, mis padres y yo, los órganos se veían como encogidos.
Todos los secuaces tuvieron que comer de aquél cadáver retorcido. Ninguno se resistió a las lanzas de los soldados, pero en cada uno de sus movimientos yo podía leer el terror y el arrepentimiento.
El trono y la corona de hierro fueron enviados a Viena, al castillo del Emperador Maximiliano II, mi tío, como testimonio de nuestra justicia.
Después, el resto de los rebeldes fueron ahorcados. Mi padre decidió que sus cabezas las dejaron clavadas en estacas en medio de la plaza pública, como ejemplo para los demás.
Nunca más se ha hablado de Doszá ni de la rebelión, aunque en silencio todos recuerdan el castigo.
Los siguientes años han sido de relativa paz con el Emperador Rudolph y El Turco.

XX
Un hombre de negro, alto y delgado llegó ya muy noche a Csejthe. Con la rapidez y la gracia de una gacela recorrió los angostos corredores del castillo hasta la alcoba de la Condesa, quien lo esperaba desnuda, dentro de una enorme tina de cobre donde sus doncellas la bañaban.
En los muros dos siluetas besándose con la urgencia de dos nuevos amantes se dibujaban. El agua escurría por el cuerpo de Erzsébet, de pie aun dentro de la tina. A un gesto suyo las doncellas se retiraron. Dorkó a horcajadas besaba los muslos y quitaba las ropas mojadas a la visita. Erzsébet con las piernas muy abiertas, en la tina, se lavaba la vagina, frotándola lentamente.
-- Hazlo por detrás, ponte de rodillas. -- Le pidió el caballero y Erzsébet obedeció sumisa. –Me gusta mirar tu hermoso cuerpo.-- A horcajadas él pasaba su mano sobre la piel mojada de Erzsébet. Al llegar al ano lo abrió metiendo dos dedos llenos de manteca, el culo se contrajo y ella entreabría la boca como quien espera recibir un exquisito fruto. Ilona preparaba los ungüentos de mandrágora y la manteca. Él deslizó la otra mano y la metió completa en su vagina, untándola con la mandrágora. Entró en la tina y Erzsébet comenzó a quitarle las ropas, debajo de ellas había un pubis llano y unos grandes y tersos senos. Erzsébet ansiosamente mordía esos pezones claros, ya su mano untaba con urgencia manteca en la vagina de la desconocida.
En la cama, Erzsébet estaba a cuatro patas y de cara a la cabecera, la dama metía profundamente la lengua en el misterioso lugar donde la mandrágora magnificaba los placeres
-- Más, más. Hazlo más rápido. -- Jadeaba Erzsébet y humedecía sus labios con la lengua. Con las dos manos, la mujer mantenía bien abiertos la vagina y el ano de la Condesa y ordenaba a Ilona que los oliera. Cuando ésta lo hizo, la dama sacó los dedos de la vagina, y mandó a Ilona que los chupara, después se los clavó con fuerza en los ojos. Al unísono del grito, Erzsébet y su amante rieron estruendosamente. La mujer continuó lamiendo la vagina de Erzsébet, que permanecía acostada boca arriba y con las piernas abiertas.
- Chúpame.- le pidió a Ilona.
Los gemidos de Erzsébet eran incontrolables; echaba el culo hacia atrás y hacia delante con gran fuerza, la lengua de Dorkó entraba y salía suavemente de su ano. Erzsébet comenzó a orinar. La dama abrió la boca ávidamente para tragar esos orines, sus pezones erguidos eran más cortantes que una cuchilla. Las dos mujeres se besaron con lascivia. A la condesa Dorkó le metió en la vagina la cola de una serpiente negra y ella empezó a retozar con mucha energía. La dama se colocó sobre su cara y Erzsébet clavó la lengua en esa vagina con olor a sangre descompuesta. La condesa se estrujaba los pechos en un largo y sostenido orgasmo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estimada Gloria, me parece muy bueno el romper la rigidez de vetustas costumbres aquilosadas por la negación de la realidad, para abrirte a un tema tan apasionante y poco común como el que has iniciado, tratándolo con la crudeza que le da su justa dimensión.
No obstante me atreveré a darte mi opinión sobre determinados aspectos que me han llamado la atención, sin pretender con ello ponerme en el papel de crítico... solamente lector que habla con una amiga (¿te puedo llamar así?) con la intención de cambiar opiniones.
Me parece que la figura de "gacela" para Dorko no aporta la pincelada que haría falta en esa introducción del personaje... casi me parece más una pantera relamiendose ante la "gacela" que intuye próxima a ser degustada.
Las siluetas en la pared me parece mejor decribirlas sin plural ya que si se besaban con apasionamiento habrían dejado de ser dos para ser una sola producto de las carnes que se devoraban unificándose en el deseo.
Creo que la acción de "lavarse" saca al lector del campo apasionado de una masturbación suave y prolongada que podría haber sido objeto de un tratamiento más carnal, sensual, insinuante; para llevar al lector suavemente hacia el climax de la escena que se avecina.
Como hombre te digo que me parece más real que antes de meter las manos en la vajina se haya succionado, lamido, mordido suavemente el clíptoris mientras se acariciaba el culo, y posteriormente no sería normal meter una mano en la concha y otra en el culo sino que sería más apetecible meter el miembro en el culo y en el empujón de entrada avanzar con una mano a la vajina y la otra hacia los pezones, para besar con fruición sazonado con algunos mordiscos el cuello, todo a la vez, conformando una sinfonía de placer acompasando los vaivenes con gemidos, y sus- piros.
En fin, mi querida amiga, el tema da para mucho, me ha gustado tu estilo, y espero conocer tu opinión, si te interesa sobre lo que te he dicho, lo mismo que me encantaría que leyeras algunas cosas mías, que si te importan te las mandaría por cuerda separada. Un beso y hasta que vos dispongas. Julio
joseamanc@gmail.com

julio roca dijo...

Estimada Gloria, ¿porqué no pones otros fragmentos de Palidez? Sería muy interesante y no te quitaría demasiado tiempo ya que seguramente lo tienes elaborado.
Un beso fraternal. Julio

Anónimo dijo...

Que tal Gloria, al parecer has escrito mucho desde esa extraña coincidencia allá por el 2001, me quedé en el proyecto de la historieta del asesino serial y en un libro que ya tenías escrito, no me acuerdo de qué, siempe que pasó con esa convocatoria, siempre la concursaste? conseguiste un modelo que te sirviera igual ? ya no supe nada cuentame, por cierto, escribes muy parecido a los novelistas de best sellers extranjeros que componían una perte de la biblioteca de mi padre, porque has de saber, que en mi casa, que es también tu casa, hay libros de todos los estilos, saludos. padelag@hotmail.com

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